jueves, 30 de junio de 2011

Con la Eucaristía al Corazón Divino de Jesús

 
Jesucristo, que se ha entregado como la Palabra viviente de Dios, que ilumina nuestra vida, se nos da como Alimento y Bebida. Es la doble mesa a la que somos invitados en cada Misa. El pan y el vino ofrecidos en el altar misteriosamente se convierten en el Sacramento del Señor Resucitado, instituido e inaugurado por Él mismo en la Última Cena. Esto sucede porque el Sacerdote ha invocado sobre ellos la acción del Espíritu: «Te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu, de manera que se conviertan para nosotros en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor», y porque repite lo que Jesús dijo de una vez para siempre: «Tomen y coman: esto es mi Cuerpo… ésta es mi Sangre»
La Eucaristía es nuestra comida sacramental, real y espiritual. El pan y el vino alimentan y alegran nuestra vida. Pero Cristo ha querido dársenos Él mismo como alimento y alegría espiritual. Y lo ha hecho con un signo que todos entendemos: comer pan y beber vino. En otros Sacramentos, el Resucitado nos perdona los pecados (Reconciliación) o nos da su Espíritu (Confirmación): en éste se nos da Él mismo como «viático», es decir, como alimento para el camino. Porque ya sabía que este camino nos iba a resultar difícil. Todo ello es una evidencia más de la intención que queda al descubierto del Corazón Divino de Jesucristo.
Si los cristianos creemos gozosamente esto y lo celebramos desde hace dos mil años, es porque Él nos dijo: «Tomen y coman… esto es mi Cuerpo entregado por ustedes», «el que come mi Carne y bebe mi Sangre permanece en Mí y Yo en él», «el que me come vivirá por Mí como Yo vivo del Padre». La comunidad cristiana necesita entrar continuamente en comunión con Cristo: por eso es invitada a su mesa pascual. Es la comunión del amor misericordioso que aligera las cargas y fortalece en las fatigas.
Cristo irrumpe en ese pan y vino del altar para hacérsenos presente, para que comiéndole, nos unamos y nos vayamos asemejando a Él, ya que vamos recibiendo su misma vida en nosotros, y con ella, la garantía de la vida eterna: «el que me come tiene vida eterna y Yo le resucitaré el último día», la más excelsa de todas las promesas que, en nuestro favor, el Corazón Divino de Jesús ha dispuesto para sus fieles discípulos.
La Comunión es el momento culminante de la Misa. Un gesto principal. La celebración está orientada hacia la unión íntima de los fieles con Cristo por medio de la Comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se ofrece por nosotros. Es el momento en que expresamos nuestro más profundo respeto y agradecimiento al que ha querido ser nuestro alimento para el camino. «Vengan a Mí y Yo aliviaré su carga».
Al quedar descubierto el Sagrado Corazón de Cristo experimentamos la misericordia de Dios y quedamos comprometidos a mejorar nuestras relaciones con los demás bebiendo de esta fuente de amor y expresando los mismos sentimientos que llevaron a Cristo a sacrificarse por nosotros. «Jesús, manso y humilde de corazón, haz nuestro corazón semejante al tuyo!»