sábado, 30 de julio de 2011

HOMILIA: XVIII Domingo ordinario

Una mesa digna
Mateo 14,13-21
A río revuelto
Ante una misma situación, qué diferentes actitudes. En muchas de nuestras regiones de Chiapas el temporal no ha sido benévolo para los cultivos, en especial el del maíz. Por casualidad escuché en estos días dos conversaciones muy diferentes ante el mismo problema. Los encargados de una comunidad están previendo que no será suficiente el maíz para todo el año, y han estado solicitando a comunidades con las que tienen alguna relación que “les presten” maíz y que de alguna forma lo devolverán. Se han hecho cooperaciones para poder medio subsistir en esta época que se espera muy difícil en varios poblados. En cambio, un grupo de comerciantes ya se está frotando las manos y relamiéndose los bigotes porque, con sus contactos y relaciones, ya han conseguido tener un abasto de muchas toneladas y esperan controlar los precios y sacar jugosas ganancias “con el hambre” de los que lo necesitan.
Hambre y desnutrición
Hay quienes hacen cuentas alegres y presentan resultados positivos, pero lo cierto es que en Chiapas y en muchas regiones de nuestro México y del mundo, sigue habiendo hambre y desnutrición. A pesar de la belleza del territorio y de la riqueza en sus entrañas, tenemos muchos municipios que son considerados de extrema pobreza, con desnutrición, mortandad infantil, analfabetismo y enfermedades recurrentes. Es insultante el contraste entre los millones de gastos superfluos e innecesarios, en armas, en protección, en propaganda y ruido, mientras los niños desnutridos y las mujeres anémicas siguen desfalleciendo en nuestro territorio. Los famosos objetivos del milenio se encargan de disfrazar con tantos por cientos y proporciones medias, la realidad del hambre que se siente en el estómago y en la boca de cada persona. Y así nos enseñan que si uno gana ciento cincuenta mil pesos mensuales y otro apenas los mil pesos, tenemos en promedio que los dos ganan setenta y cinco mil quinientos pesos cada quien, pero uno se queda con toda la riqueza y el otro con toda el hambre y la necesidad. Yo quisiera creer que son verdaderas las cifras que se ofrecen y que vamos avanzando, pero en la pobre mesa (donde la hay) de miles de familias se ve cada día más miseria y menos alimentos. Y frente a un mundo de despilfarro, suenan muy actuales las palabras del profeta Isaías: “¿Por qué gastar el dinero en lo que no es pan y el salario, en lo que no alimenta?” Si lo primero es vivir con dignidad, ¿por qué seguimos las normas de un mundo tan injusto, desequilibrado y superficial?
Dar de comer
Los milagros de Jesús no tienen solamente como objeto demostrar su divinidad y su poder, encierran muchas más enseñanzas, y nos confrontan y enfrentan con las actitudes ordinarias que tomamos. Así, el milagro que hoy nos ofrece San Mateo no quedará solamente en la bella escena de la multiplicación de los panes que sació a aquella multitud, sino que nos colocará irremediablemente frente a la ola de migrantes, campesinos, obreros, desempleados, que empujados por el hambre parecen desfallecer. Simbólica y muy llamativa la nota que nos describe el momento concreto puesta en los labios de los discípulos: “Estamos en despoblado, empieza oscurecer… no tenemos más que cinco panes y dos pescados”. Ahora podríamos añadir muchas otras circunstancias que hacen difícil proporcionar alimentos a las multitudes hambrientas: la escasez de alimentos, la multiplicación de la población, el desplome comercial, y un largo etcétera que parecería disculparnos. Pero frente al hambre y la necesidad del hermano, Jesús no admite excusas: “No hace falta que vayan. Denles ustedes de comer”. Jesús no acepta nuestra retirada ni nuestra indiferencia, nos mete de lleno en un problema que es nuestro y frente al cual no podemos estar indiferentes.
No dar la espalda
Los discípulos no adoptan la postura despreocupada de muchos de nuestros contemporáneos que culpan de la pobreza y del hambre a quienes la padecen. Robustecen el sistema acusando directamente a sus víctimas como lo estamos viendo en las soluciones que se proponen para salir de la crisis económica mundial. Se busca proteger a los que más tienen a costa de los pueblos pobres. Ya San Juan Crisóstomo solía decir que la división de la humanidad en ricos y pobres convierte a unos en inhumanos y a los otros en infrahumanos. Pero ahora todo lo quieren disimular con el anonimato y se piensa que nadie tiene la culpa de todas estas injusticias, como si tuvieran la culpa las leyes naturales y no fuera responsabilidad de la ambición de los hombres. Sin embargo, los discípulos tampoco se quieren hacer responsables y buscan la salida fácil: “que cada quien se rasque con sus propias uñas”, los despedimos y asunto arreglado. Jesús no permite jamás una solución que ponga en peligro a las personas, que rompa la comunidad y que propicie la injusticia. Exige a sus discípulos que asuman sus responsabilidades y que aporten lo que tienen para formar la mesa común. Jesús, ni en las peores circunstancias, claudica de su sueño y de mostrarnos que otro mundo es posible, que se puede vivir y compartir como hijos de un único Padre. Que un pan, partido y compartido, lejos de disminuir, se multiplica. En la narración se nos manifiesta muy claramente que una mesa en común, donde todos puedan satisfacerse, ciertamente es un regalo y un milagro de Dios, pero también necesita la disposición y el compartir humano.
Denles de comer
Denles de comer, es la respuesta de Jesús y no bromea. Sabe que un hermano no debe dar la espalda a su hermano y cree que la persona tiene la capacidad en sí misma para solventar los problemas que afectan el reparto de los bienes de la vida. Esa capacidad existe pero es preciso ponerla en funcionamiento. El discípulo se excusa con lo más fácil: pone la pobreza como obstáculo insalvable. Pero Jesús hace ver que ese no puede ser un impedimento definitivo para un reparto de los bienes. La dificultad está, más bien, en el corazón de la persona que se abalanza sobre la posesión y el dominio. Efectivamente, el sentido de posesión vela y oculta las posibilidades de reparto. ¿No se ponen muros para que los demás no vengan a molestarnos con su hambre y su miseria? ¿Acaso no se gasta más en armamentos y guerras que en soluciones para el hambre? ¿No volteamos la espalda con la excusa de que apenas la vamos pasando? Para Jesús no hay excusa y hoy sigue insistiendo: denles de comer.
En una mesa digna
Pero no dice que demos migajas, como a veces acostumbran los países ricos enviando desperdicios a los necesitados. Si revisamos el relato, encontramos que hay diálogo, escucha de la Palabra, mesa común; les pide que se sienten sobre el pasto, como lo hace quien es libre y que puede participar con los demás; hay la participación plena y la colaboración mutua. Se entrega todo lo que se tiene, así sea muy poco, pero también se está dispuesto a recibir; sólo esta entrega y apertura hace posible el milagro. Un milagro de aquellos tiempos, pero también un milagro actual: las palabras que nos dice Mateo nos recuerdan mucho la Eucaristía: Tomó… miró al cielo… bendijo… los repartió. La Eucaristía es la más grande expresión de gratuidad y entrega. Es el más grande milagro, pero también debe ser el más grande compromiso, va cargada con un deber social fortísimo hacia el hermano necesitado. Si no, la Eucaristía se convierte en una mentira y en una contradicción. ¿A qué nos comprometemos al participar en la Eucaristía? ¿Cuáles son nuestras actitudes ordinarias ante las necesidades? ¿Cuáles son las pequeñas acciones que estamos haciendo frente a la pobreza?

Señor, Tú que eres nuestro Creador y quien amorosamente dispone toda nuestra vida, renuévanos conforme a la imagen de tu Hijo, ayúdanos a imitarlo y a ser coherentes con nuestra fe. Amén.

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