jueves, 7 de julio de 2011

Palabra del Obispo: Formarse para dar fruto


† Alberto Suárez Inda, Arzobispo de Morelia
(Domingo 10 de Julio de 2011)

Morelia es sede, durante este mes de julio, de una serie de cursos de formación para apóstoles de nuestras cinco Diócesis de la Provincia Eclesiástica, y también para quienes participan de otras partes de México y del extranjero. Algunos de estos cursos ya son tradicionales, como el de Formadores de Catequistas y el de Educadores en la Fe, de Liturgia y Música Sacra, de Pastoral Social y de Capacitación para Formadores de Seminarios y Casas Religiosas.
Envío desde aquí un saludo cordial de bienvenida a todos los participantes, alumnos y maestros, deseándoles gran fruto en esta experiencia formativa de estudio y convivencia, de fe y compromiso apostólico. Es un don de Dios poder dedicar un tiempo a la reflexión, al compartir y a proyectar nuevos programas de vida y de servicio para el bien de los hermanos.
Sabemos que el dinamismo y finalidad de nuestra vida humana y cristiana tiene un horizonte siempre abierto: como afirma el Apóstol San Pablo, el ideal es que “lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, a la estatura del hombre perfecto, a la madurez de la vida en Cristo” (Ef 4,13).
El Documento de Aparecida afirma categóricamente que “la vocación y el compromiso de ser hoy discípulos y misioneros de Jesucristo en América Latina, requieren una clara y decidida opción por la formación de los miembros de nuestras comunidades, en bien de todos los bautizados, cualquiera que sea la función que desarrollen en la Iglesia” (276).
Tres dimensiones o aspectos inseparables marca la Exhortación Apostólica Christifideles laici. En primer lugar, la identidad del bautizado que hace presente a Jesús en el mundo como fermento, luz y sal, cada uno según sus tareas específicas. Toda persona debe lograr su identidad personal que la hace diferente, aun de los que comparten el mismo estado de vida. Necesito saber quién soy yo, aceptarme y valorarme en mi dignidad de hijo de Dios y miembro del Cuerpo de Cristo.
Esto me lleva necesariamente a un sentido de pertenencia y comunión. He de saber con quién comparto la vida y la misión en fraternidad, respeto y solidaridad. Todos somos sarmientos de la única vid y, por lo mismo, urge que comprendamos la complementariedad y la armonía de todas las vocaciones.
Finalmente, la formación ha de estar orientada a la misión y nunca encerrarse en la autocomplacencia. El Señor nos ha destinado a dar fruto. Debo preguntarme para qué estoy en el mundo, preocuparme por invertir mis talentos en lugar de enterrarlos. En la paradoja de la Cruz, he de aceptar que, en la medida de mi entrega y sacrificio, mi propia vida será más fecunda.

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